Revoluciones en los hábitos de la lectura

La primera revolución de la lectura en el mundo Occidental se ubica entre la Edad Media y comienzos de la Moderna, cuando se adopta la lectura silenciosa y visual como una norma interiorizada y una práctica común. Hasta entonces y desde el nacimiento de la cultura escrita en el mundo Occidental, la lectura oral y compartida en voz alta, era la práctica extendida.

Aunque la práctica de la lectura silenciosa oral se puede constatar desde la Antigüedad, la primera revolución de la lectura se vio fundamentalmente impulsada por la mutación que entre los siglos XII y XIII transformó la función de lo escrito, pasando del modelo monástico al modelo escolástico de la escritura.

La función de la escritura -y del libro en particular- en Grecia Clásica era la conservación del texto y su memorización, disociada de toda lectura. Ese fue también el modelo monástico adoptado por la civilización cristiana. En tanto el modelo escolástico transformó al libro a la vez en objeto y en instrumento de la labor intelectual[1] al proponer la lectura “como una práctica que debía encerrar los libros en el cerebro y no en una estantería”[2]. Por lo tanto la escritura ya no estaba al servicio de la cultura oral, sino que se escribía en miras a la lectura.

La segunda revolución de la lectura se ubica según el profesor de la historia del libro en la Universidad de Munich, Reinarhd Wittmann[3], a mediados del siglo XVIII (Inglaterra, Alemania, Francia) cuando se pierde la reverencia al libro –lectura intensiva- y llega el furor de leer junto con el incremento de la producción bibliográfica, la multiplicación rápida de los periódicos, el triunfo de los pequeños formatos, el abaratamiento del precio del libro y la proliferación de instituciones que permitían leer sin comprar: bibliotecas y sociedades de lectura.

Chartier señala que esta segunda revolución de la lectura fue anterior a la industrialización de la fabricación de lo impreso, y diferencia al lector intensivo del lector extensivo de la siguiente manera:


“El lector intensivo se enfrentaba a un hábeas limitado y cerrado de libros, leídos y releídos, memorizados y recitados, escuchados y aprendidos de memoria, trasmitidos de generación en generación. Los textos religiosos, y en primer lugar la Biblia en tierras de la Reforma, eran objetos privilegiados de esa lectura fuertemente imbuida de sacralidad y autoridad. El lector extensivo (...) fue un lector harto diferente: consumía numerosos, diversos y efímeros impresos; los leía con rapidez y avidez; los sometía a un examen crítico que no sustraía ya ningún terreno a la duda metódica. De ese modo, una relación comunitaria y respetuosa con lo escrito, imbuida de reverencia y obediencia, fue cediendo el paso a una lectura libre, desenvuelta e irreverente.” [4]

Y en la actualidad, según Chartier asistimos a la tercera revolución de la lectura en el mundo Occidental desde la Edad Media.
“Porque desde luego, leer en una pantalla no es lo mismo que leer en un códice. La nueva representación de lo escrito modifica, en primer lugar, la noción de contexto, sustituyendo la contigüidad física entre unos textos presentes en un mismo objeto (un libro, una revista, un periódico) por su posición y distribución en unas arquitecturas lógicas, las que gobiernan las bases de datos, los ficheros electrónicos, los repertorios y las palabras claves que posibilitan el acceso a la información. Asimismo, redefine la “materialidad” de las obras al romper el vínculo físico que existía con el objeto impreso (o manuscrito) y el texto o los textos que contenía, y proporcionando al lector, y no ya al autor o editor, el dominio sobre el desglose o la presentación del texto que ofrece la pantalla. Por lo tanto lo que se halla totalmente transformado es todo el sistema de identificación y manejo de los textos. Al leer en una pantalla, el lector de hoy –y más aún el de mañana- recobra algo de la postura del lector de la Antigüedad clásica que leía un volumen, un rollo. Pero, con el ordenador (y la diferencia no es nada despreciable), el texto se despliega en vertical, y está dotado de todas las características propias del códice: paginación, índice, tablas, etc. El cruce de ambas lógicas que obran a la par en la lectura de los soportes precedentes de lo escrito, manuscrito o impreso (el volumen o el códice) indica con toda claridad que se halla establecida una relación con el texto enteramente original e inédita”[5].

En relación con los cambios en la forma en que leemos en la actualidad, Schcolnik recopila y selecciona los puntos de vista de diversos autores. Entre dichas opiniones, vale la pena destacar la que señala que en la actualidad hay una tendencia general hacia una lectura más superficial, más fragmentada y menos concentrada, de acuerdo a expertos que examinan la relación entre la lectura y la atención que prestan las personas al leer. También se considera que estamos transitando desde una lectura vertical (en profundidad) hacia una lectura horizontal, y que la lectura ligera, por arriba se está convirtiendo en la forma más común de lidiar con los textos. [6]

En cuanto a lo que tiene que ver con la lectura en pantalla, el trabajo de Schcolnik recoge la opinión que asegura que leer en una pantalla de computadora es una actividad completamente diferente a la de leer en un papel. En el estudio se señala que los lectores de papel impreso se apoyan en un vasto rango de habilidades, como sostener el libro, llevar la mirada de la izquierda a la derecha, y usar tipos de letras, titulares, y el diseño de la página para distinguir la información importante; pero que las convenciones para la lectura en la Web todavía no habrían emergido. [7]

Por ello, se sostiene que el verdadero valor agregado de los textos digitales deben ser las señales brindadas al lector que lo guíen en la estrategia a usar, señala que con el agregado de recursos especiales para ayudar en la lectura (definiciones de palabras poco usadas, por ejemplo) y en la comprensión del texto.[8]

Incluso, hay investigadores que concluyen que la presentación y apariencia juegan un rol muy importante para permitir que los lectores lean y usen los textos en forma digital tan bien como lo hacen sobre el papel.[9]

En cuanto a la importancia atribuida al hipertexto como catalizador de nuevos hábitos de lectura en Internet, tengo mis reservas. Esto abre toda otra línea de discusión –como muchos de los planteos y preguntas que se formulan en este trabajo- a la que dediqué alguna de esas lecturas escapadas que me alejaron por momentos del foco: indagar las posibles nuevas prácticas de lectura de noticias en la Web. Sin embargo, la reflexión de la innovación que podría introducir el hipertexto a la lectura de diarios en Internet me llevó a alejarme de las posturas que tienden a darle un rol preponderante y casi determinante en lo que tiene que ver con los cambios en los hábitos de lectura.

El concepto de hipertexto nació en 1945 con el nombre de Memex: un dispositivo que permitiría asociar documentos en forma paralela al índice clásico de clasificación hierática, formulado en el artículo As we may think de Vannebar Bush.[10] Luego, en la década de 1960 Theodore Nelson usó el término hipertexto para describir la idea de escritura y lectura no lineal de un sistema informático. Si el texto es la forma de organizar la información en dos dimensiones, la organización en un espacio de tres dimensiones sería el hipertexto, dice Antonio de las Heras[11]. Pero técnicamente, señala Pierre Levy, un hipertexto es un conjunto de nudos ligados por conexiones.[12]

Para George P. Landaw el hipertexto (o hipermedia, términos que usa indistintamente) conecta informaciones verbales y no verbales. Este autor incluye en su acepción de texto las informaciones verbales, sonidos, animaciones y otras formas de información. Landaw afirma contundente que el hipertexto cambia la experiencia de leer y escribir textos, aunque todavía sigamos leyendo con la experiencia aprehendida de la tecnología de la impresión.[13] Aunque mi hipótesis es que en la actualidad sí hay cambios vinculados a la experiencia de la lectura, no considero que sea por pérdida de la linealidad que supuestamente introduce el hipertexto, e incluso no considero que necesariamente el lector sea más activo de lo que ya podía ser. Landow señala que el hipertexto supone un lector más activo, y pone como ejemplo la posibilidad de seleccionar el recorrido de su lectura, o de asumir la función de autor y añadir textos o nexos. Pero el lector ya era activo, y estos ejemplos que apunta como nuevas actividades del lector, ya eran posibles sobre el papel, en especial en la lectura de diarios, el lector de periódicos impresos selecciona las notas de su interés, e incluso puede hacer anotaciones si lo desea.

Como dije, no creo que la novedad provenga por la pérdida de la linealidad, ya que la lectura de diarios en papel ya era fragmentada, a pesar de que se proponen páginas numeradas desde la portada, por nombrar alguna característica asociada a dicha linealidad. Con la introducción del hipertexto en la World Wide Web, sí hay una suerte de concreción material, o de comprobación empírica de que la lectura es efectivamente fragmentada como ya lo han sostenido algunos estudiosos del lenguaje franceses y alemanes. Sí estoy de acuerdo con este autor en que el texto impreso posee una inalterabilidad espacial de la que el texto digital escapa ya que siempre puede ser modificado.[14]

Pero volviendo al curso de este trabajo, como ya dije no creo que el hipertexto en la World Wide Web, sea un factor determinante o primordial que permite innovar en las prácticas de la lectura de diarios si nos referimos a la pérdida de la linealidad.

[1] Cavallo, Guglielmo; Chartier, Roger, y otros. Historia de la lectura ... op cit p 40.
[2] Ibidem. p 33.
[3] Ib. p 435
[4] Cavallo, Guglielmo; Chartier, Roger, y otros. Historia de la lectura ... op. cit p 40.
[5] Ibidem. pp 42-43
[6] Schcolnik, Miriam. A Study of Reading … op. cit.
[7] Ibidem.
[8] Ib.
[9] Ib.
[10] Murad, Angele. El hipertexto, base para reconfigurar la actividad periodística. Sala de Prensa, Año III. Vol. 2, Agosto 2001. http://www.saladeprensa.org/art252.htm
[11] De las Heras, Antonio. Navegar por la información. Madrid, Fundesco, 1991.
[12] Esta información se encuentra en libros artículos, etc. y se podía acceder publicada un sitio en Internet que recopilaba información útil sobre el hipertexto, pero que ya no está online: http://www.kweb.it/hyperpage. Cosas de Internet, los textos y los sitios Web no sólo cambian, también desaparecen.
[13] Landow, George. P. Hipertexto. La convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología. Barcelona, Paidós, 1995. p 59.
[14] Landow, George. P. Hipertexto... op. cit, p 73.



Seguir a: Revolución en la tecnología de producción y reproducción de los textos

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La primera revolución de la lectura en el mundo Occidental se ubica entre la Edad Media y comienzos de la Moderna, cuando se adopta la lectura silenciosa y visual como una norma interiorizada y una práctica común. Hasta entonces y desde el nacimiento de la cultura escrita en el mundo Occidental, la lectura oral y compartida en voz alta, era la práctica extendida.

Aunque la práctica de la lectura silenciosa oral se puede constatar desde la Antigüedad, la primera revolución de la lectura se vio fundamentalmente impulsada por la mutación que entre los siglos XII y XIII transformó la función de lo escrito, pasando del modelo monástico al modelo escolástico de la escritura.

La función de la escritura -y del libro en particular- en Grecia Clásica era la conservación del texto y su memorización, disociada de toda lectura. Ese fue también el modelo monástico adoptado por la civilización cristiana. En tanto el modelo escolástico transformó al libro a la vez en objeto y en instrumento de la labor intelectual[1] al proponer la lectura “como una práctica que debía encerrar los libros en el cerebro y no en una estantería”[2]. Por lo tanto la escritura ya no estaba al servicio de la cultura oral, sino que se escribía en miras a la lectura.

La segunda revolución de la lectura se ubica según el profesor de la historia del libro en la Universidad de Munich, Reinarhd Wittmann[3], a mediados del siglo XVIII (Inglaterra, Alemania, Francia) cuando se pierde la reverencia al libro –lectura intensiva- y llega el furor de leer junto con el incremento de la producción bibliográfica, la multiplicación rápida de los periódicos, el triunfo de los pequeños formatos, el abaratamiento del precio del libro y la proliferación de instituciones que permitían leer sin comprar: bibliotecas y sociedades de lectura.

Chartier señala que esta segunda revolución de la lectura fue anterior a la industrialización de la fabricación de lo impreso, y diferencia al lector intensivo del lector extensivo de la siguiente manera:


“El lector intensivo se enfrentaba a un hábeas limitado y cerrado de libros, leídos y releídos, memorizados y recitados, escuchados y aprendidos de memoria, trasmitidos de generación en generación. Los textos religiosos, y en primer lugar la Biblia en tierras de la Reforma, eran objetos privilegiados de esa lectura fuertemente imbuida de sacralidad y autoridad. El lector extensivo (...) fue un lector harto diferente: consumía numerosos, diversos y efímeros impresos; los leía con rapidez y avidez; los sometía a un examen crítico que no sustraía ya ningún terreno a la duda metódica. De ese modo, una relación comunitaria y respetuosa con lo escrito, imbuida de reverencia y obediencia, fue cediendo el paso a una lectura libre, desenvuelta e irreverente.” [4]

Y en la actualidad, según Chartier asistimos a la tercera revolución de la lectura en el mundo Occidental desde la Edad Media.
“Porque desde luego, leer en una pantalla no es lo mismo que leer en un códice. La nueva representación de lo escrito modifica, en primer lugar, la noción de contexto, sustituyendo la contigüidad física entre unos textos presentes en un mismo objeto (un libro, una revista, un periódico) por su posición y distribución en unas arquitecturas lógicas, las que gobiernan las bases de datos, los ficheros electrónicos, los repertorios y las palabras claves que posibilitan el acceso a la información. Asimismo, redefine la “materialidad” de las obras al romper el vínculo físico que existía con el objeto impreso (o manuscrito) y el texto o los textos que contenía, y proporcionando al lector, y no ya al autor o editor, el dominio sobre el desglose o la presentación del texto que ofrece la pantalla. Por lo tanto lo que se halla totalmente transformado es todo el sistema de identificación y manejo de los textos. Al leer en una pantalla, el lector de hoy –y más aún el de mañana- recobra algo de la postura del lector de la Antigüedad clásica que leía un volumen, un rollo. Pero, con el ordenador (y la diferencia no es nada despreciable), el texto se despliega en vertical, y está dotado de todas las características propias del códice: paginación, índice, tablas, etc. El cruce de ambas lógicas que obran a la par en la lectura de los soportes precedentes de lo escrito, manuscrito o impreso (el volumen o el códice) indica con toda claridad que se halla establecida una relación con el texto enteramente original e inédita”[5].

En relación con los cambios en la forma en que leemos en la actualidad, Schcolnik recopila y selecciona los puntos de vista de diversos autores. Entre dichas opiniones, vale la pena destacar la que señala que en la actualidad hay una tendencia general hacia una lectura más superficial, más fragmentada y menos concentrada, de acuerdo a expertos que examinan la relación entre la lectura y la atención que prestan las personas al leer. También se considera que estamos transitando desde una lectura vertical (en profundidad) hacia una lectura horizontal, y que la lectura ligera, por arriba se está convirtiendo en la forma más común de lidiar con los textos. [6]

En cuanto a lo que tiene que ver con la lectura en pantalla, el trabajo de Schcolnik recoge la opinión que asegura que leer en una pantalla de computadora es una actividad completamente diferente a la de leer en un papel. En el estudio se señala que los lectores de papel impreso se apoyan en un vasto rango de habilidades, como sostener el libro, llevar la mirada de la izquierda a la derecha, y usar tipos de letras, titulares, y el diseño de la página para distinguir la información importante; pero que las convenciones para la lectura en la Web todavía no habrían emergido. [7]

Por ello, se sostiene que el verdadero valor agregado de los textos digitales deben ser las señales brindadas al lector que lo guíen en la estrategia a usar, señala que con el agregado de recursos especiales para ayudar en la lectura (definiciones de palabras poco usadas, por ejemplo) y en la comprensión del texto.[8]

Incluso, hay investigadores que concluyen que la presentación y apariencia juegan un rol muy importante para permitir que los lectores lean y usen los textos en forma digital tan bien como lo hacen sobre el papel.[9]

En cuanto a la importancia atribuida al hipertexto como catalizador de nuevos hábitos de lectura en Internet, tengo mis reservas. Esto abre toda otra línea de discusión –como muchos de los planteos y preguntas que se formulan en este trabajo- a la que dediqué alguna de esas lecturas escapadas que me alejaron por momentos del foco: indagar las posibles nuevas prácticas de lectura de noticias en la Web. Sin embargo, la reflexión de la innovación que podría introducir el hipertexto a la lectura de diarios en Internet me llevó a alejarme de las posturas que tienden a darle un rol preponderante y casi determinante en lo que tiene que ver con los cambios en los hábitos de lectura.

El concepto de hipertexto nació en 1945 con el nombre de Memex: un dispositivo que permitiría asociar documentos en forma paralela al índice clásico de clasificación hierática, formulado en el artículo As we may think de Vannebar Bush.[10] Luego, en la década de 1960 Theodore Nelson usó el término hipertexto para describir la idea de escritura y lectura no lineal de un sistema informático. Si el texto es la forma de organizar la información en dos dimensiones, la organización en un espacio de tres dimensiones sería el hipertexto, dice Antonio de las Heras[11]. Pero técnicamente, señala Pierre Levy, un hipertexto es un conjunto de nudos ligados por conexiones.[12]

Para George P. Landaw el hipertexto (o hipermedia, términos que usa indistintamente) conecta informaciones verbales y no verbales. Este autor incluye en su acepción de texto las informaciones verbales, sonidos, animaciones y otras formas de información. Landaw afirma contundente que el hipertexto cambia la experiencia de leer y escribir textos, aunque todavía sigamos leyendo con la experiencia aprehendida de la tecnología de la impresión.[13] Aunque mi hipótesis es que en la actualidad sí hay cambios vinculados a la experiencia de la lectura, no considero que sea por pérdida de la linealidad que supuestamente introduce el hipertexto, e incluso no considero que necesariamente el lector sea más activo de lo que ya podía ser. Landow señala que el hipertexto supone un lector más activo, y pone como ejemplo la posibilidad de seleccionar el recorrido de su lectura, o de asumir la función de autor y añadir textos o nexos. Pero el lector ya era activo, y estos ejemplos que apunta como nuevas actividades del lector, ya eran posibles sobre el papel, en especial en la lectura de diarios, el lector de periódicos impresos selecciona las notas de su interés, e incluso puede hacer anotaciones si lo desea.

Como dije, no creo que la novedad provenga por la pérdida de la linealidad, ya que la lectura de diarios en papel ya era fragmentada, a pesar de que se proponen páginas numeradas desde la portada, por nombrar alguna característica asociada a dicha linealidad. Con la introducción del hipertexto en la World Wide Web, sí hay una suerte de concreción material, o de comprobación empírica de que la lectura es efectivamente fragmentada como ya lo han sostenido algunos estudiosos del lenguaje franceses y alemanes. Sí estoy de acuerdo con este autor en que el texto impreso posee una inalterabilidad espacial de la que el texto digital escapa ya que siempre puede ser modificado.[14]

Pero volviendo al curso de este trabajo, como ya dije no creo que el hipertexto en la World Wide Web, sea un factor determinante o primordial que permite innovar en las prácticas de la lectura de diarios si nos referimos a la pérdida de la linealidad.

[1] Cavallo, Guglielmo; Chartier, Roger, y otros. Historia de la lectura ... op cit p 40.
[2] Ibidem. p 33.
[3] Ib. p 435
[4] Cavallo, Guglielmo; Chartier, Roger, y otros. Historia de la lectura ... op. cit p 40.
[5] Ibidem. pp 42-43
[6] Schcolnik, Miriam. A Study of Reading … op. cit.
[7] Ibidem.
[8] Ib.
[9] Ib.
[10] Murad, Angele. El hipertexto, base para reconfigurar la actividad periodística. Sala de Prensa, Año III. Vol. 2, Agosto 2001. http://www.saladeprensa.org/art252.htm
[11] De las Heras, Antonio. Navegar por la información. Madrid, Fundesco, 1991.
[12] Esta información se encuentra en libros artículos, etc. y se podía acceder publicada un sitio en Internet que recopilaba información útil sobre el hipertexto, pero que ya no está online: http://www.kweb.it/hyperpage. Cosas de Internet, los textos y los sitios Web no sólo cambian, también desaparecen.
[13] Landow, George. P. Hipertexto. La convergencia de la teoría crítica contemporánea y la tecnología. Barcelona, Paidós, 1995. p 59.
[14] Landow, George. P. Hipertexto... op. cit, p 73.



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